¿Somos las cuadrillas donostiarras tan herméticas como parece?

El Náutico, lugar de reunión para los donostiarras por excelencia, en cuadrilla o no...

Varios amigos no donostiarras residentes en San Sebastián me han confesado su dificultad para integrarse en grupos de amigos. Me cuentan que han conocido a gente con la que comparten ratos y aficiones, pero sin involucrarse en ninguna de esas comunidades a las que sí pertenecemos esos colegas donostiarras suyos. Es decir: quedan con personas a nivel individual, pero nunca han recibido una invitación para asistir a algún acto donde vaya a estar el grupo de amigos al completo. O sea, que a día de hoy, y después de meses viviendo en la ciudad, no tienen cuadrilla. Y esto, en Donosti, es una tragedia señores.

Valga decir, que yo quedo con estos mencionados compañeros para ir a conciertos, tomar cañas, charlar delante de un café y demás, pero tampoco les he invitado a las cenas que mi cuadrilla celebra religiosamente cada sábado. Así las cosas, le planteo este tema a mi amiga del alma, dígase mi hermana menor adoptiva, que no es de mi cuadrilla, porque ella pertenece a otra, y entonces caemos en la cuenta de que ella nunca ha asistido a nuestras reuniones semanales.

Yo, que descubro esto quince años después de que ella y yo nos conozcamos, me quedo estupefacta y me resisto a reconocer cuanto me dice. Busco en mi memoria alguna cena de equipo en la que ella haya compartido mesa con nosotras, pero resulta que no: no ha estado en ninguna. "Ya...pues...Es que nunca habrá surgido; porque mira que he estado veces con tus colegas", me sugiere ella en un intento de borrar mi cara de idiota. Y le pregunto yo: "¿En quince años? Ahora en serio, ¿te estás quedando conmigo?".  

Y no, no se estaba quedando conmigo. Estaba en lo cierto: quince años de amistad han dado para que andemos juntas, pero nunca revueltas. Esta conversación la mantenemos junto con otra colega medio alemana medio guipuzcoana, que ha vivido siempre a caballo entre sus dos patrias. Las tres nos hemos juntado esta tarde de viernes para irnos de concierto. Este plan de viernes, música y cerveza es la típica cita a la que yo nunca acudiría en cuadrilla. Porque las de la mía pasan olímpicamente de cualquier oferta cultural que les proponga, y me he visto obligada a encontrar a personas ajenas a nuestra comunidad para vivir esta afición en compañía.



En los últimos diez años he vivido en Donosti sólo tres, y cuando he estado aquí me he esforzado por conocer a gente nueva con la que compartir esta pasión. Porque aquí, seguramente como en otros pueblos grandes, somos muchos quienes acudimos solos a citas culturales varias en busca de nuevos compañeros de aventuras. El Leize Gorria fue el referente de este tipo de reunión: un refugio sonoro donde llegar solo y del que salir acompañado. Una cueva donde las personas éramos individuos, no grupos. Una sala donde más de la mitad eran guiris, y acudían a la llamada de los jueves porque la gente llegaba sola y esto facilitaba la interacción con desconocidos. Algo que, en esta Capital Europea de la Cultura 2016, es difícil cuando las copas siempre se rulan en un círculo de amigos.

En el concierto del viernes nos juntamos muchos de aquellos asiduos al Leize. Bailamos, nos reímos, bebimos, charlamos...pasamos una divertida noche. Y al despedirnos, me pregunta alguno por mis planes para el sábado, tanteando mi disponibilidad para hacer algo con ellos. Y le respondo yo: "No, mañana yo no puedo que tengo cena con éstas. Ya hablamos para el domingo si eso". Como en un matrimonio, en una cuadrilla hay días para desmelenarse con los colegas, pero hay momentos sagrados en los que te debes a la relación más larga y sincera que jamás hayas tenido. Así que: ¿herméticas?, no lo sé; fieles: eso seguro.

Risas, comida y sidra: obligatorios en cualquier reunión de cuadrilla que se precie

Equipo del aire, MI CUADRILLA

Ese grupo de amigas, porque en mi caso somos una cuadri de chicas, de toda la vida. Esa familia que he elegido con el tiempo y que, como mi madre, sabe qué me pasa sólo con olerme. Esas personas con las que la ausencia no me ha pasado factura, porque la relación sigue siendo natural aún cuando llevamos largos meses sin vernos. Esas compañeras que reafirman mi identidad porque ellas tienen muy claro quién soy, y me lo recuerdan cuando a mí se me olvida. Esa comunidad en la que a cada miembro se le ha asignado un papel, e interpretarlo es, además de una diversión constante, algo imperativo.

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