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Lunares y volantes para hablar de Flamenco |
Preside la sala un
tablao negro abarcando prácticamente todo el suelo. Sobre él:
tres sillas de mimbre y madera roja, un piano, dos micrófonos y una mesa adornada con
mantel de encaje y claveles. Rodean este escenario la cincuentena de sillas dispuestas para el público. Y tras ellas: cuadros y fotografías de bailaoras, y
paredes de terciopelo negro iluminadas por farolillos. La luz emana también de las velas esparcidas por el salón, y de la viveza del terciopelo rojo de las columnas.
Con esta escenografía nos trasladamos fácilmente a ese mundo que hemos venido a descubrir de mano de la
Literatura, la Música, el Cante y el Baile. Una expedición a recorrer de mano de
Federico García Lorca, el poeta de la
Generación del 27 que dedicó gran parte de su obra a ensalzar a la raza gitana y a acercar las costumbres de esas gentes asentadas en el Sur que vivieran al aire libre, en entornos naturales y al rescate de un modo de vida primitivo. Porque nadie mejor que autor de
El Romancero Gitano,
para guiarnos por el cante jondo.
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La pianista Sara Varas |
La reunión tiene lugar en el
Centro Flamenco El Duende de la Sole, dedicado a difundir la cultura del flamenco desde la Plaza Marinos de San Sebastián. Y allí, esta tarde de domingo han rescatado, no tanto la obra, sino más bien
la persona del dramaturgo granadino para celebrar la primera charla concierto del centro. Así, en un ambiente íntimo dominado por la luz de las candelas, se nos presentó a Federico:
luchador contra las injusticias sociales de principios del siglo XX armado de letras mediante las que pretendió ensalzar a los gitanos, frente a los Señores andaluces; y a los negros del Harlem, frente a los blancos de Wall Street.
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Recital de poemas de Lorca |
Porque, y según narró María Díaz, encargada de presentarnos al poeta, fue García Lorca alguien disconforme con esas clases sociales impuestas que impedían a los hombres realizarse tal cual querían. Así lo entendió al ser testigo del trato recibido por la raza gitana en Andalucía, y así lo interiorizó al conocer a los habitantes del Harlem cuando emigró a Nueva York, después de ser tachado de poeta localista por Dalí o Buñuel, cuando publicó esa obra con la que pretendió dignificar a la etnia gitana y elevarla a un nivel más alto de la sociedad.
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