Donosti a todo color

Óscar Alonso, junto a su obra prima en la oficina que regenta en Gros


El Peine del Viento, el Náutico, o el Kursaal son algunos de esos símbolos sin los que los donostiarras parecemos no saber vivir. Los hemos visto retratados de un modo realista en un sinfín de fotografías, acuarelas u óleos. Y el fotógrafo Óscar Alonso también se ha rendido al encanto de estos espacios, pero él ha distorsionado la fidelidad de la imagen con la aplicación del color, y, a través de la serigrafía, ha recreado nuestros rincones preferidos consiguiendo trasladarnos a ellos con la misma rapidez con que pudiera hacerlo el más hiperrealista de los cuadros.


Este donostiarra lleva ya cuatro años retratando la ciudad, pero nunca tuvo intención de hacerlo. Todo comenzó cuando preparó un trabajo a presentar en un concurso para la portada de un catálogo. Dedicado a la publicidad, Óscar pintó la silueta del Peine del Viento en un intento de hacerse con el premio. Pero, una vez rechazaron su propuesta, optó por darle un uso personal al cuadro pintado para tal ocasión.



Las clásicas farolas del Puente del Kursaal también componen la obra de este donostiarra


En aquella época, acababa de trasladar su oficina a un amplio local con cristalera en la calle Berminghan, y el póster impreso con motivo del certamen parecía un buen motivo para llenar el amplio escaparate. "Resultó que cuando estaba colocando lo que era un descarte de un trabajo mío de publicidad, entró un hombre a preguntarme cuánto costaba. Yo en ningún momento me había planteado venderlo, pero surgió así", explica Alonso. Y añade: "Yo seguí pintando, en un principio para mí, para decorar mi espacio, pero luego me fueron haciendo encargos y la gente iba dirigiendo los temas, porque ellos me pedían los lugares y yo les ofrecía lo que requerían".

Y los clientes pedían la bahía, la barandilla de la Concha, las farolas del Puente del Kursaal o la escultura del Paseo Nuevo. Óscar, que confiesa que jamás había pintado antes de la obra del Peine del Viento, y que a día de hoy sigue sin considerarse artista, reconoce que llegó un momento en que se cansó de ver siempre las mismas imágenes colgadas de los cinco metros que miden las paredes de su estudio. "Yo convivo con ellos todos los días", explica, "y por eso empecé con la serie de tradiciones del País Vasco".


La barandilla de La Concha, el signo más internacional de la ciudad


Le pareció además una buena idea para ampliar su público, y empezó a confeccionar una obra con pelotaris, encierros y otras imágenes típicas de este rincón del Norte. Pero entonces se dio cuenta de que esta serie no tenía tanto éxito como la primera, y rápidamente entendió la razón. "A la gente le gusta más lo que conoce, cuanto más local sea mejor. Porque la gente quiere tener algo que signifique algo para ellos. Y el que es de Gros, se lleva a casa el Kursaal, no el Peine del Viento."

En un principio pintaba él mismo los cuadros, pero dada la creciente demanda utilizó la serigrafía para dar viveza a los colores y para acelerar el proceso creativo. Al rescate de esa técnica nacida con Warhol para vender más cuadros a más bajos precios, Óscar, también fotógrafo de profesión, se sirve de sus instantáneas para confeccionar las piezas pictóricas: desnuda las siluetas de los elementos retratados, y las dota de vivos tintes en una primera fase, para acabar el proceso aplicando el negro.


La escultura de Oteiza del Paseo Nuevo



Lejos ha quedado ya el lienzo para este creador, que ha encontrado en la serigrafía el modo más práctico de elaborar cuantos cuadros requiera, y de las medidas que prefiera. Y gracias a ella, ha logrado regalar a los donostiarras morriñosos de sus paisajes cuanto necesitaban: el calor de sus escenarios preferidos, aún cuando los tienen lejos.

Para conocer la obra al completo 

Un poquito del verano donostiarra: el Jazzaldi

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