Un rincón donde el mundo se humaniza
En la calle principal, el peatón salva los coches subiéndose a los soportales de las casas porque no hay sitio para los dos. Ésta es la peculiaridad más graciosa de este rincón, y la más comentada por los forasteros. Y es que, en estos tiempos de carreteras de cuatro vías y de ciudades inmensas, un pueblo con una única vía, donde vehículos y caminantes se sortean los turnos del paso sorprende, cuánto menos. De hecho, y a juzgar por los comentarios de los visitantes, también agrada; y mucho.
Gusta, seguramente, porque en San Juan el Mundo se humaniza. Porque es un sitio de tamaño humano, y, por lo tanto, las personas se relacionan entre sí. Se conoce a los vecinos, se charla en la carnicería, y se intercambian pareceres en el camino a Puntas. Suele decirse que aquí más vale no llevarse mal con nadie porque, a ciencia cierta, te lo cruzarás tarde o temprano. Y, ¿cómo no hacerlo si sólo hay una calle? Por eso te aconsejan salir de casa con las diferencias arregladas, porque si no, la estrechez del callejón se encargará de hacerlo.
Uno de los encantos de este sitio es que es pequeño, pero, más significativo aún, es el marco natural que le rodea. Las casas de piedra se abren paso por la falda del monte Jaizkibel, a la orilla de la bahía de Pasajes. Y, entre árboles y barcos de bajura, este pueblo pesquero huele a monte y a salitre.
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