Surfing urbano en San Sebastián
Última sesión de la jornada, un día de invierno soleado en Donostia |
Llegar a la playa cruzando la carretera con la tabla bajo el brazo, habiendo obedecido las luces del semáforo. Caminar por el Paseo de la Zurriola en neopreno, con el pelo chorreando, esquivando a hombres de traje y a mujeres en tacones. Estar sentada sobre la tabla esperando la serie, girar la cabeza hacia la arena para situarte, y ver que un montón de edificios se extienden ante tus ojos. Así es el surfing en San Sebastián: urbano. Porque te pegas el baño en mitad de la ciudad, mezclándote con los transeúntes y los coches antes de entrar al agua, y olvidándote de ellos una vez empiezas a remar para dentro.
Hasta hoy, había sido testigo del carácter urbano de este deporte en Donosti desde el asfalto. Me había encontrado con personas con chaque por el Paseo de la Zurriola, por el Puente del Kursaal, e incluso por la Parte Vieja y el Bulevar. Porque he llegado a cruzarme con surferos empapados hasta de poteo por lo viejo. Y después de meses viendo esta estampa, ya me había acostumbrado a esquivar tablas de surf en los pasos de cebra.
Dos pequeños surferos donostiarras |
Pero cuando pensaba que ya había entendido que aquí el surfing es así, de ciudad, va y vuelve a sorprenderme. Porque hoy era yo la que, ensalitrada, caminaba con escarpines por el Paseo de la Zurriola, y me reía sola de la gracia que me hacía. Yo ahí, en clave deportivo-natural, pendiente del tráfico en el bidegorri para no ser atropellada por los ciclistas, y con cuidado de no pegar ningún tablazo a nadie al girarme para mirar si venían coches.
Acostumbrada a coger olas en playas naturales, el practicar este deporte en medio de la ciudad ha sido todo un descubrimiento. El cambiar las dunas por edificios, la arena por asfalto y el coche por un local con calefacción y ducha donde entrar el calor y dejar el neopreno secando. Quien lleve tiempo surfeando en Donostia, y aún más quienes se hayan iniciado en esta disciplina aquí, estará acostumbrado a remar las olas mirando al Kursaal. Pero a mí me ha sorprendido. Lo grato del asunto es que el mar, sigue siendo mar le rodee cuanto le rodee. Y sienta igual de bien en paraísos naturales perdidos de la mano de Dios, que en medio de la urbe.
Un regalo de día para los amantes de este deporte a principios de Noviembre |
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