Más de 2.000 kilómetros sobre raíles para forjar una aventura inolvidable

Estaciones y vías de tren, esperas sentadas sobre las mochilas, y muchas tertulias de andén


Cuatro años y cuatro días han pasado desde que iniciásemos el viaje más espontáneo realizado hasta la fecha. Era un sábado de primavera, el reloj marcaba las siete de la mañana, y nos citamos, impacientes e ilusionadas, en la estación de Hendaya. Íbamos a emprender un camino del que apenas sabíamos los nombres de los lugares que queríamos conocer. Cargábamos con varios kilos sobre nuestras espaldas, y en nuestras manos: una guía, una cámara de vídeo, otra de fotos, y tres billetes de tren autorizados para realizar 10 trayectos en cercanías por tres países europeos. Era el 21 de marzo del 2008 y sólo cabía una pregunta en nuestras mentes: "A ver lo que nos deparan los próximos nueve días". Un único interrogante para el que cambian muchas respuestas, que fuimos recibiendo durante la aventura.

Carozzas desde donde descubrir nuevos lugares, a falta de tiempo para bajarnos en cada andén


Cannes, Niza, Mónaco, Florencia, Roma y Venecia estaban en nuestra hoja de ruta. Y sólo teníamos eso: una hoja de ruta. No había ningún plan para llevarlo a cabo, sólo algunos requisitos a cumplir para guiarlo a buen puerto. El poco dinero en los bolsillos nos ataba a dormir en vagones de tren y los hostales más baratos que encontrásemos, y la falta de un itinerario ordenado apelaba a nuestra mejor improvisación. Pero eso, en aquella época, nos sobraba, y supimos ponerla en práctica con la excelencia que requería conocer seis ciudades repartidas en más de 2.000 kilómetros en sólo nueve días.

De ahí que no nos desanimásemos cuando llegamos a Florencia, después de 24 horas pateando Cannes, Niza y Mónaco, habiendo dormido escasas horas en el tren, y descubriésemos que no había hostales libres donde pasar la siguiente noche. Llovía, estábamos agotadas, y una hora de búsqueda sin paraguas bastó para que nos calase el frío. Pero un par de cortados fueron herramienta suficiente para seguir caminando hasta hallar un albergue con tres camas libres para aquella noche. Con tal suerte que nos dejaban ducharnos al mediodía y dejar allí las pesadas mochilas, para así emprender sin carga la visita a la cuna de la arquitectura renacentista.

Estar paradas en un diminuto vagón durante tres horas porque el tren se había estropeado impidió que conociésemos  Bolonia, pero no borrarnos la sonrisa de la cara


Y nos creímos las personas más afortunadas del mundo cuando, entre callejuelas de adoquines, descubrimos una pequeña taberna donde calentarnos con una jarra de vino. Fumamos bajo las empapadas sombrillas mientras degustamos el tinto que puso el sabor al repaso de aquellos primeros dos días de disfrute. Quedaban sólo minutos para que llegase la primera ducha caliente, y eso era suficiente para reír sin parar y fantasear con cuantas anécdotas nos esperaban. 

Repetimos este ritual en cada una de las paradas: el Trastevere de Roma, una callejuela tras la plaza de San Marcos en Venecia, y una terraza frente al mar en San Remo. El momento de pedir Lambrusco era el rato para descansar de tanto paseo, y de sacar guía para ver por dónde seguíamos tirando. Fuimos tomando decisiones sobre la marcha, porque surgieron muchos imprevistos. Y aquellas sorpresas marcaron el carácter aventurero y risueño de un viaje que, de no haber sido así, no hubiese sido el más especial que las tres compañeras de mochila hayamos hecho hasta hoy. 


Risueño y aventurero, así fue aquel Inter Rail 


Porque aquel Inter Rail no hubiese sido inolvidable si no hubiésemos estado retenidas en una separación entre vagones que medía menos dos metros cuadrados, junto con más de diez diez personas que fumaban sin parar, durante más de tres horas. Tampoco hubiese sido memorable si no hubiésemos parado un tren poseídas por la angustia, porque estábamos convencidas de que un terrorista islámico había dejado una bomba bajo nuestros asientos. Y desde luego no lo hubiese sido si, cuando estábamos a sólo 200 kilómetros de casa, no hubiésemos estado a punto de perder el último tren hasta el hogar, y de quedarnos sin un euro en Burdeos a las doce de la noche porque yo me despisté con el horario.  

Éstas son sólo algunas de las cien historias que nos asaltaron aquella Semana Santa. Y cuatro años después, aún cuando no estamos cansadas por haber caminado por Roma vestidas de hippies durante horas, seguimos pensando que nos merecemos una tertulia con Lambrusco. Porque, aunque en nuestro día a día no tengamos tantas anécdotas que compartir, siempre nos quedará recordar las que vivimos durante aquella aventura inolvidable. 






Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Por casi consigues conmigo lo que Toli y yo no conseguimos que hicieras en aquel Inter Rail, que llore. Me ha encantado el artículo, al igual que los que me ha dado tiempo a leer. No he podido leer todos, pero lo haré. A partir de ahora esperaré ansiosa a que publiques más cosas.

Sigue así porque vales mucho.
Jásminka Romanos Carreras ha dicho que…
Siempre habrá lágrimas para buffets libres de desayuno por cinco euros ;-)
Anónimo ha dicho que…
jassssssssssssss!!!! artistaaaaaaaaaaa!!! mira que le pones emocion al asusto e??jajajja. no has llorado escribiendolo??? pues la verdad que ha sido el mejor viaje de mi vida hasta el momento. kiero hacer otroooooooooooooo!!!!!muxux mis niñassssssssssss!!!!

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