Procesos pacientes para resultados eternos

Sería ridículo exigir a un capullo que floreciese sin sol ni agua  en un tiempo récord...


Vivimos pendientes del reloj. Corremos por alcanzar unos objetivos vitales en un tiempo determinado. Valoramos la belleza efímera creada por un maquillador sobre el esplendor de una mirada luminosa. E impacientamos cuando algo tarda en ocurrir más de lo que deseásemos. Como si en la vida los bienes pudiesen consumirse como en el supermercado: eligiendo el que más nos guste, y apropiándonos de él en el acto, para gozar de su disfrute inmediato. 

¿Acaso el poseer estos bienes efímeros nos acerca más a la felicidad, que es, a fin de cuentas, ese estado Supremo y Universal  al que todos aspiramos? ¿No es la felicidad un estado más relacionado con el largo plazo, imposible de construirse en base a fortunas pasajeras? Seguramente sí, pero formando parte de la sociedad del consumo se nos olvida, se me olvida a mí al menos, que los valores importantes se adquieren no a golpe de rápida tarjeta, sino haciendo gala de otros trueques más hondos y lentos.





Cambiando trabajo gratuito por promoción profesional, sesiones en el agua por tranquilidad, lectura por conocimiento, horas buscando por un encuentro, sacrificios por recompensas, o mucho insistir por recibir la respuesta esperada. Y para que estos intercambios den resultado es necesario olvidarse de los tiempos y de las mediciones, porque ni sabemos cuándo llegará el resultado, ni podemos calcular cuál será en base a lo que hemos dado de nosotros mismos. 

Sólo podemos caminar sin prisa, pero sin pausa, hacia esa cima que pretendemos conquistar; recordando que será nuestra al final del viaje; conscientes de que no sabemos cómo se presentará el recorrido; y dispuestos a sortear los problemas y a saborear las gratas sorpresas. Echamos los primeros pasos pensando exclusivamente en el resultado final, que es lo que nos mueve a caminar. Pero, una vez alcanzamos la cumbre, no nos emociona el pico en sí, sino la manera en que hemos accedido a él

Porque la cresta es efímera, pero el acceso hasta ella, que ha sido un proceso largo, es algo eterno. Ya que es cuanto ha modificado nuestro interior, y donde hemos aprendido esas lecciones inolvidables, sólo susceptibles de ser borradas si hacemos uso de la misma paciencia con que las hemos asimilado. 





Comentarios

Lo más leído

Qué se celebra en San Sebastián con la tamborrada el 20 de enero

Atari Gastroteka, más allá de la gastronomía vasca

La bailaora Rocío Molina, elegancia asalvajada por palos flamencos

El Alboka, ese clásico "where everybody knows your name"

¿Por qué apenas se habla de lo que está pasando en Senegal?