No nos movemos aún, pero ya hemos pisado la pista de baile
Escenario principal del Kutxa Kultur Festibala |
El pasado fin de semana se celebraba en San Sebastián el primer festival no amparado bajo el paraguas de Zinemaldi o Jazzaldi. Al fin los escenarios de la Trinidad o la Zurriola, que benditos sean, se movían de sitio para ofrecer una música y una puesta en escena dirigidas al público joven. Las bebidas se servían en Katxis, había sitio en el recinto para puestos de pizza y de Kebab, y la entrada era apta para todos: costaba diez euros. Desembarcaba en Donostia el Kutxa Kultur Festibala, y lo hacía en un marco sin igual: el parque de atracciones de Igeldo.
Poco acostumbrados a tener un plan festivalero en nuestra propia ciudad, los donostiarras acudimos a la cita. Unas 11.000 personas pasamos por el escenario principal entre los dos días a descubrir la propuesta de los grupos invitados. Digo descubrir porque, a juzgar por nuestra respuesta, no eran nuestras bandas preferidas. Aunque también es cierto, que en esta ciudad nuestra de postal, somos muy dados a mantener la pose en la foto, aún cuando desearíamos salirnos del marco.
Así, brilló más el vestuario de los asistentes que los coros a los temas interpretados. Como salidas de una de esas revistas que retrataban a Kate Moss divirtiéndose a Glastonbury, las donostiarras siguieron al dedillo el estilo propio de las chicas de moda en citas festivaleras, aunque las mini faldas no cobrasen demasiado vuelo en la pista durante los conciertos.
Delorentos, grupo con el que sí bailamos, durante su actuación |
Russian Red, The Horrors o Love of Lesbians eran el mayor reclamo del evento. Las líricas de los de Barcelona desde luego calaron muy hondo entre el numeroso público que se agolpó frente a ellos al inicio de la actuación y no se despegó de los artistas hasta que colgaron las guitarras. Pero fue la única función en que la gran mayoría de los congregados pareció olvidarse de mantener la postura, y gritó y bailó sin censura social.
El resto de los conciertos nos comportamos más bien como auténticos ñoñostiarras. Como salidos de alguna portada de un disco Indie, nos encontramos frente a Lourdes Hernández y su banda a primera hora de la tarde del viernes para inaugurar el planazo. Nos preparábamos a dar inicio a un fin de semana diferente con una actuación tranquila cuya música instrumental no nos dejó indiferentes. Así abrimos el festival al sol de una tarde de septiembre, con una enorme sonrisa de oreja a oreja al ver el escenario en que nos encontrábamos.
Habíamos llegado a la reunión bebiendo latas de Keler durante un paseo por la Concha poniéndonos al día con los amigos. Después nos montamos en ese mítico Funicular, que tan grande y rápido nos parecía en nuestra infancia, y que aún ahora que lo sabemos pequeño y lento nos sigue encandilando. Nos fumamos el primer cigarro frente a Russian Red teniendo a nuestros lados el mar y los acantilados formando esa estampa costera que, tanto a los de aquí como a los de allá, nos encoge el estómago. Y nos emocionamos al pensar que entre actuación y actuación íbamos a reírnos como antaño con los mini acelerones de la Montaña Rusa.
Estuvimos tímidos, sí. Pero a juzgar por nuestras caras, lo disfrutamos muchísimo, porque no vi a nadie sin una enorme sonrisa de oreja a oreja. Además de la Música, nos atrajo de este festival que era el primera vez que nos regalaban un cartel así a ese precio; que se celebraba donde no habíamos vuelto desde nuestros juegos de niño; que suponíamos la presencia de medio Donosti, y que no podríamos dar diez pasos seguidos sin saludar a alguien a quien llevábamos largo tiempo sin ver y cuyo reencuentro nos alegraba. Supongo que fuimos también a Igeldo porque éramos conscientes de que si nos organizaban algo así y nos lo perdíamos, igual la ocasión no se volvía a repetir. Por eso nos acercamos ilusionados a la pista de baile... y si hay una segunda edición, bailaremos como locos seguro.
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