Mágicos bosques y salvajes playas pasean de la mano por Moliets
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Foto: Edouard Pinsolle |
Tumbada sobre la fina arena blanca. Muy cerca de la orilla. Los ojos cerrados. Me abraza la brisa marina. El único ser capaz de acariciarme toda en un mismo tiempo...yendo más allá de la piel. Porque además huele a fresco, a Paz, a Hogar, a agustera. Se oyen las olas. Fuertes, vivas, propias del Atlántico. Me han mecido para mi siesta. Ellas, las letras de la novela ahora abandonada sobre la toalla, los rayos del sol...
Remoloneo: abro un poco el ojo, echo un vistazo a la marea, calculo cuánto tiempo llevo con los parpados cerrados, flotando, y soñando... ha pasado un buen rato. Y puedo quedarme así, tumbada, respirando, y disfrutando, hasta que me canse y quiera desperezarme en el mar...Estoy de vacaciones en mi lugar predilecto para estarlo, y no tengo prisa para nada.
El paraíso en cuestión se llama Moliets. Lo protege la magia del bosque landés, y lo ilumina el Atlántico con toda la fuerza generada en el Sur de Francia. Los pinos centenarios son su pulmón, y las olas sin pausa, su alimento. El característico paisaje de Las Landas surgió fruto del ímpetu conquistador de Napoléon Bonaparte. Cuando intentaba expandir su imperio más allá de las fronteras galas, entendió la importancia de preservar antes las tierras ya adquiridas. Así, y para frenar el poder de una arena que acabaría trasladándose tierra adentro arrastrada por el viento, mandó plantar los pinares que hoy conforman el mágico paisaje de la costa de Aquitania.
Las majestuosas dunas se extienden a lo largo de más de 160 kilómetros y atraviesan pueblos a su paso confundiendo civilización con Pachamama. Por eso, Moliets invita a alternar sesiones de surfing con paseos en bicicleta por las mágicas arboledas; a repartir el tiempo entre expediciones por el arenal y lecturas recostada en algún tronco con olor a resina; a disfrutar de carreras por el pulmón de Las Landas en busca de duendes, para compensar después el esfuerzo con una cena a base de pato regado con vino rojo de Burdeos.
Como tantos otros núcleos costeros cuyos paisajes naturales no han sido aún destrozados por el afán constructivo del turismo, Moliets se ha convertido en las últimas décadas en un destino de veraneo para deportistas y amantes de la vida tranquila en plena naturaleza. Se aparca el coche y nos desplazamos en bici. No calzamos cholas, porque preferimos ensuciarnos los pies. No atendemos a semáforos, porque sólo obedecemos a las invitaciones de los vecinos para sentarnos en sus terrazas a charlar, beber y reír. No nos movemos por calles guiados por los escaparates, sino por senderos delimitados por arbustos. Y sobre todo, no miramos el reloj, porque allí eso no se utiliza, y una vez dentro del camping las citas vienen marcadas exclusivamente por las ganas de tenerlas.
Para alcanzar la playa de Moliets et Maa, se camina entre pinos primero, se atraviesa el Corant D´ Huchet después, y se circunda la poderosa duna antes de llegar al Mar. La diferencia entre esta playa con respecto a las cientos de otras que ocupan Las Landas todo lo largo de su costa, viene marcada por ese salvajismo del que el río impregna su alma. A menos de un kilómetro de la civilización, ese arroyo de agua dulce arropado por la vegetación propia de un humedal, le confiere la actitud de paraíso lejano y exótico difícil de alcanzar.
Enamorados de esa sensación de playa de otros mundos, han desembarcado allí campamentos de surf diseñados para belgas, holandeses, alemanes e ingleses ávidos de sol y mar tiñendo de un carácter internacional a este pequeño pueblo del Sur de Francia. Y ahí radica uno de sus mayores encantos: el hecho de veranear a una hora de casa, creyéndote muy lejos del hogar, y viajando por medio mundo gracias a las historias narradas por esos australianos, sudafricanos, novazelandeses o canarios que han llegado a este rincón del mundo en busca de esas olas que ven surfear a Kelly Slater durante el Quiksilver Pro.
Y es que, a día de hoy las Landas no pueden entenderse sin el surf, sin la atracción generada por la potencia de la Gravière, ni sin esa sostenible industria de deportes de deslizamiento extendida en Soorts, Seignosse o Capbreton. Así, Hossegor, sede de la ASP en el viejo continente, añade un poco de urbanidad a la naturaleza landesa con sus tiendas de ropa y sus bares frecuentados por pros una semana al año. Y a sólo quince minutos en coche de Moliets, una tarde de compras en la capital del surf europeo para encontrar las últimas temporadas de las mejores marcas es una actividad obligatoria, y el único motivo para calzar zapatos en todo el verano.
PARA CONOCER MOLIETS...
Alojamiento:
Camping Les Cigales
Camping Saint Martin
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Foto: Edouard Pinsolle |
Las majestuosas dunas se extienden a lo largo de más de 160 kilómetros y atraviesan pueblos a su paso confundiendo civilización con Pachamama. Por eso, Moliets invita a alternar sesiones de surfing con paseos en bicicleta por las mágicas arboledas; a repartir el tiempo entre expediciones por el arenal y lecturas recostada en algún tronco con olor a resina; a disfrutar de carreras por el pulmón de Las Landas en busca de duendes, para compensar después el esfuerzo con una cena a base de pato regado con vino rojo de Burdeos.
Como tantos otros núcleos costeros cuyos paisajes naturales no han sido aún destrozados por el afán constructivo del turismo, Moliets se ha convertido en las últimas décadas en un destino de veraneo para deportistas y amantes de la vida tranquila en plena naturaleza. Se aparca el coche y nos desplazamos en bici. No calzamos cholas, porque preferimos ensuciarnos los pies. No atendemos a semáforos, porque sólo obedecemos a las invitaciones de los vecinos para sentarnos en sus terrazas a charlar, beber y reír. No nos movemos por calles guiados por los escaparates, sino por senderos delimitados por arbustos. Y sobre todo, no miramos el reloj, porque allí eso no se utiliza, y una vez dentro del camping las citas vienen marcadas exclusivamente por las ganas de tenerlas.
Pies descalzos, bicicleta de largo manillar y compañerismo para coger de la mano a quien lo pide. Moliets Style |
Para alcanzar la playa de Moliets et Maa, se camina entre pinos primero, se atraviesa el Corant D´ Huchet después, y se circunda la poderosa duna antes de llegar al Mar. La diferencia entre esta playa con respecto a las cientos de otras que ocupan Las Landas todo lo largo de su costa, viene marcada por ese salvajismo del que el río impregna su alma. A menos de un kilómetro de la civilización, ese arroyo de agua dulce arropado por la vegetación propia de un humedal, le confiere la actitud de paraíso lejano y exótico difícil de alcanzar.
Surfing, distintivo landés nacido en Hossegor
Enamorados de esa sensación de playa de otros mundos, han desembarcado allí campamentos de surf diseñados para belgas, holandeses, alemanes e ingleses ávidos de sol y mar tiñendo de un carácter internacional a este pequeño pueblo del Sur de Francia. Y ahí radica uno de sus mayores encantos: el hecho de veranear a una hora de casa, creyéndote muy lejos del hogar, y viajando por medio mundo gracias a las historias narradas por esos australianos, sudafricanos, novazelandeses o canarios que han llegado a este rincón del mundo en busca de esas olas que ven surfear a Kelly Slater durante el Quiksilver Pro.
Y es que, a día de hoy las Landas no pueden entenderse sin el surf, sin la atracción generada por la potencia de la Gravière, ni sin esa sostenible industria de deportes de deslizamiento extendida en Soorts, Seignosse o Capbreton. Así, Hossegor, sede de la ASP en el viejo continente, añade un poco de urbanidad a la naturaleza landesa con sus tiendas de ropa y sus bares frecuentados por pros una semana al año. Y a sólo quince minutos en coche de Moliets, una tarde de compras en la capital del surf europeo para encontrar las últimas temporadas de las mejores marcas es una actividad obligatoria, y el único motivo para calzar zapatos en todo el verano.
PARA CONOCER MOLIETS...
Alojamiento:
Camping Les Cigales
Camping Saint Martin
Actividades:
Golf
SURF
Star Surf Camps
Wave Experience
Freistil Surf Camps
Me enamoré de Moliets hace 25 años, en aquellos tiempos en los que conocí a David el Nomo bajo una seta en el bosque. No recuerdo aquel feliz acontecimiento, pero mis padres lo rescatan a menudo, y hay documentos gráficos de esas expediciones llevadas a cabo linterna en mano, aunque no de mi compañero del sombrero rojo en forma de cono. Desde entonces, no he dejado de rondar ese micro paraíso.
En esa salvaje playa descubrí el poder del fuego con los volcanes que mi padre incendiaba con periódicos ante los ojos admirados de mi hermano y míos las tardes de septiembre. En ese camino entre pinos, me libré de mi primer secuestro cuando el mismo padre que me divertía con torres de arena obligó a mi madre a dejarme anclada al asfalto, a ver si al seguir ellos hacia la playa, yo dejaba de llorar para librarme de seguir caminando y me hacía un poco más dura.
Y en ese mar, libré mi primera batalla con el Atlántico cuando la escurridiza mano de mi madre me dejó a la suerte de una ola orillera, que me arremetió mar adentro para devolverme con la siguiente corriente, y devolverle así la respiración a mi madre...y el silencio a mi padre.
Golf
SURF
Star Surf Camps
Wave Experience
Freistil Surf Camps
Uno de esos romances nacidos en la infancia
Me enamoré de Moliets hace 25 años, en aquellos tiempos en los que conocí a David el Nomo bajo una seta en el bosque. No recuerdo aquel feliz acontecimiento, pero mis padres lo rescatan a menudo, y hay documentos gráficos de esas expediciones llevadas a cabo linterna en mano, aunque no de mi compañero del sombrero rojo en forma de cono. Desde entonces, no he dejado de rondar ese micro paraíso.
En esa salvaje playa descubrí el poder del fuego con los volcanes que mi padre incendiaba con periódicos ante los ojos admirados de mi hermano y míos las tardes de septiembre. En ese camino entre pinos, me libré de mi primer secuestro cuando el mismo padre que me divertía con torres de arena obligó a mi madre a dejarme anclada al asfalto, a ver si al seguir ellos hacia la playa, yo dejaba de llorar para librarme de seguir caminando y me hacía un poco más dura.
Y en ese mar, libré mi primera batalla con el Atlántico cuando la escurridiza mano de mi madre me dejó a la suerte de una ola orillera, que me arremetió mar adentro para devolverme con la siguiente corriente, y devolverle así la respiración a mi madre...y el silencio a mi padre.
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