Southend-on-Sea: paz marina a cincuenta minutos de Londres



Una ciudad del tamaño y la velocidad de Londres es una obra con obligado descanso entre actos. Cientos de personajes con una considerable carga dramática convivimos en escena a diario: compartimos prisas por llegar a la oficina después de varios trasbordos; competimos en carreras por la acera café largo en mano; nos enfrentamos en adelantamientos en las escaleras mecánicas del metro; y nos peleamos pacíficamente para lograr una mejor posición frente a la puerta del vagón del metro por llegar. 

Sin excepción, el Central London en horas puntas de oficina te absorbe, te acelera, y te enguye en su frenético ritmo. Y, aún cuando ser uno más de esos autómatas es divertido por lo pintoresco, y, desde luego, muy desperazador, al final del día, y no digamos de la semana, te embiste un agotamiento capaz de tumbarte. Por suerte, a menos de una hora en tren hay donde descansarlo: en Southend-on-Sea

Mar, casitas de colores ancladas en la orilla, un parque de atracciones, y olor a gofres y algodón de azúcar. Un breve viaje en tren a través de la frondosa campiña inglesa cambia las sirenas por gaviotas, y el metro por paseos. Situado a 65 km al Este de Londres, ésta es la playa más cercana a la capital británica. Cincuenta minutos de viaje y doce libras separan el mar de la gran ciudad.



El tren rumbo al gigante azul sale de Liverpool Station cada veinte minutos con dirección a la estación Southend Victoria. Según vamos ganando terreno al mar, vamos dejando la masificación de tejados sobre muros de ladrillo marrón, para ir atavesando anchos campos verdes desde donde nos entretienen los caballos pastando. Todo un cambio para nuestros ojos, que dejan de encontrar límites de hormigón para surcar el horizonte, y empiezan a buscar hasta donde la mirada alcance.

Y la mirada alcanza hasta el mar al llegar al final del trayecto. Nos apeamos en medio de una avenida flanqueada por tiendas y franquicias de comida rápida. Primark, H&M, Subway o Mac Donald´s a cada lado siguen recordándonos a la capital dejada atrás, pero al fondo de la calle se ve ya el mar. Quince minutos de paseo por la ajetreada vía nos guían hasta ese arenal presidido por un colorido parque de atracciones para niños donde nace el muelle más largo del mundo: el Southend Pier.



Estrecha y cubierta de piedras y conchas, para quien es del Cantábrico, la playa presenta tintes mediterráneos. De oleaje imperceptible y sin montes frondosos custodiándola, se trata de un arenal urbano a lo largo del cual se distribuyen escuelas de ocio acutático. Windsurf, Láser, Kitesurf o lanchas rápidas funcionan en la temporada de verano.

Uno de los atractivos turísticos del lugar son sin duda las míticas casetas de colores donde los locales pasan los días de verano. Hogares de madera en formato reducido pintados de colores vivos. De las puertas cuelgan carteles con los nombres de las casas, como si de mansiones se tratase, y de los muros traseros pequeñas barcas. Auténticas casitas playeras en primera línea nos trasladan a un mundo de muñecas marineras.



En el otro extremo del arenal, el derecho mirando al mar, se localizan otras casas que, aún siendo más reales, no son menos pintorescas. El paseo desde el parque de atracciones hasta el diminuto pueblo nos aleja de los restaurantes para turistas y de los Fish&Chips para acercarnos a elegantes construcciones de estilo inglés con escudos en las puertas más propios de auténticas villas de veraneo.

Caminamos primero bordeando cuidados jardines con flores, y después por un sendero asfaltado entre las vías del tren y una extensa explanada de cemento donde se guardan los barcos de menor calado, hasta llegar a una pequeña aldea de cuento. Con macetas de flores colgando en las fachadas, una única calle, no más de 50 viviendas, y con barquitos en las puertas de las casas a pie de un verde monte nos encontramos de pronto en la Inglaterra costera.

Luce el sol y la población parece estar repartida en las amplias terrazas de los dos pubs donde se sirven pescados y mariscos, y los clientes disfrutan de pintas y botellas de vino. El lugar idóneo para sentarse, refrescarse, creerse muy lejos de Londres mirando al mar, y disfrutar de la puesta de sol.

Southend no es desde luego un destino al que acudir en busca de naturaleza salvaje, pero sí una localidad costera que en menos de una hora de viaje deja lejos el asfalto y los ruidos que nos atan al agetredado día a día londinense.



  


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