London Record Store Day: un motivo para celebrar la pasión por la Música
Sábado por la mañana. Nublado, sin lluvia, con fresco. El Soho de Londres: ambientado, pero no abarrotado, una excepción durante el desembarco de turistas en la capital británica por Semana Santa. Pasadas las doce del mediodía. Foráneos echándose las fotos de rigor entorno a las flores de Soho Square. Sonríen. Posan.
En las terrazas colocadas sobre las estrechas aceras, algunos aún con cafés, otros con pintas, algunos con bollos, otros con pizzas. Entrando desde Oxford Street por la calle Soho, el barrio se pasea calmado, sin aglomeraciones, sin ruido, sin olores... Algo poco habitual en fin de semana. Y más éste, cuando por estas calles se celebra una fiesta. Una reunión urbana, de amantes de la música, de puertas abiertas, con guitarras, y amplificadores, y escenarios, y discos...muchos discos.
Es 19 de abril: el Record Store Day, y las tiendas de discos sacan los vinilos a la calle. Algunos de ellos sólo podrán adquirirse hoy. Se habla de ediciones limitadas. Y, según informa la prensa, se va a incentivar la compra con reclamos varios para los amantes de las notas. Pero por Dean Street aún no se adivina tal intención. Al alcanzar Wardour Street, en cambio, empieza a oírse algo. Sonidos electrónicos. Unos platos, una mesa de mezclas, o varias, quizás. Caminemos hacia las bases techno...
A su alrededor, y entorno a la esquina de una casa en cuyos toldos puede leerse Sounds of the Universe, cientos de peronas acompañan los ritmos electrónicos con bailes mañaneros. Chicos; chicas; de todas la edades; de todos los estilos; bebiendo cervezas en vasos de plástico, también en latas; fumando, los que menos; charlando, todos; orisqueando discos, algunos.
Las miradas se clavan en la dirección donde se supone están los platos. Efectivamente. Allí un joven de raza negra alterna vinilos bajo la mirada y sonrisa de dos compañeros, mientras otros paran junto a él a remover las carátulas de las cajas de cartón y efectuar las primeras compras. Alcanzar el interior de este Record Store es algo más complicado que rendirse a los ritmos del Dj. Pequeña, a rebosar de clientes, o simplemente curiosos, buscar discos ahí dentro se intuye agobiante. Pero la calle es grande, y hoy también musical. Quedan aún muchas tiendas por visitar en las cercarnías de Berwick Street.
En la propia calle Berwick: decenas de puestos de comida. Como es habitual en esta ciudad, los nooddles tailandeses se alternan con hamburguesas americanas, burritos mejicanos, paella española e incluso pato francés. Esta mañana, además, entre los puestos de Street Food, característica de una ciudad con un implícito temor a la súbita desnutrición en la calzada, nos sorprende algun toldo resguardando discos. Pero no son las enormes cajas de madera cargadas de vinilos, ni los fuertes olores extra especiados lo que atrae nuestra atención. Son más bien esas guitarras y ukeleles los que buscamos con la mirada. Entorno a ese círculo de gente, seguramente.
Efectivamente: ese público custodia a una decena de hombres entrados en la cicuentena armados de un mástil cada uno. De todos los tamaños, colores y sonidos. Juntos, y arropados por sus voces, componen temas que invitan a divertidos y tranquilos bailes. En compañía. Para cogerse de la mano y bailar formando círculos incluso. La audiencia aplaude. Ellos se dispersan. Deben de llevar un rato con la actuación y el repertorio ha llegado a su fin. Sigamos explorando la calle. Ahora dirección a ese escenario descubierto cuando hemos alcanzado Berwick, y hemos decidido comenzar por los olores gastronómicos...
De camino a la tarima colocada en el cruce de varias vías, más tiendas de discos, con los vinilos al refugio del húmedo viento, al otro lado de la cristalera. Y también negocios para los amantes de otras artes. Para los sensibles a los colores, uno de ellos. En su puerta, un niño prueba aerógrafos bajo las indicaciones de la regente del local. El interior no se antoja aglomerado. Hay sitio para pasearse entre pinceles, tubos de pintura, sprays, blocs de dibujo y muchos otros artilugios cuya función no alcanzo a conocer, aunque sí a suponer.
Entra en escena un indio barrigón con turbante rosa liado a la cabeza, labia, con ganas de charlar, el showman de la fiesta encargado de hilar bolos durante toda la jornada, cuyos comentarios sacan la sonrisa del público. La mía y la de los dos compañeros de rubias barbas y cascos enormes al cuello, por lo menos. "Do you want to sing a song?, nos pregunta. "No, we don´t want to sing any song", me confirma una de las barbas rubias. Risas. El indio insiste. Nos quiere hacer cantar con él Aleluya. No le hacemos caso. Le seguimos un poco el rollo, porque le echa ganas. Se rinde, y nos deja con la siguiente banda marchándose de espaldas y rumiando por el micro: "I can´t understand why these people don´t want to sing a song". Más risas entre las dos barbas rubias y el moño rubio.
Y éste es sin duda el lugar donde echar el ancla tras las compras hasta final de la tarde con varias Estella Artois de 500ml compradas en la tienda de comestibles que se encuentra al doblar la esquina. Por ese escenario pasan el mítico Adam Ant; DJ Andy Smith, con música sixties; las irlandesas The September Girls, con su garage rock y post-punk; Ruts DC, un poco de punk/reggae de tinte british; y los neoyorkinos Augustines, una banda de indie rock enérgica, con tonos muy folkies, baterías llevando el pulso de la actuación, resonadoras y eléctricas como rítmicas protagonistas, arropadas por vientos.
Así, curiosamente, el descubrimiento de este Día de las Tiendas de Discos no acaba siendo ningún vinilo retro, sino el repertorio de los de la costa Este.
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