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Mostrando entradas de 2019

¿Cuándo dejamos de ser plumillas para convertirnos en comerciales de primera división?

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Paradójicamente, los periodistas estamos en desuso en una época en la que informar está de moda. Todos escriben, tiran fotos, difunden acontecimientos, fantasean titulares, y aún así, el consumo de información de calidad está de capa caída. Se lleva ser blogger , community manager o fotógrafo de eventos. Lucir gafas pasta, vestir ropa vintage , ir despeinadas o dejarse barba. Pero es de carcas padecer eso a lo que apela la estética del moderno : sufrir de ojos cansados, disponer de poco tiempo para uno mismo, y vestir con ropa antigua porque no hay dinero para nuevas temporadas. Es molón ejercer de reportero, pero cutre ser plumilla .

La adictiva luz de las tinieblas

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Por segunda vez en lo que va de noche, llora. Le asaltan de nuevo esos pensamientos angustiosos. Respira entrecortada, jadea, solloza, gime y se duele. Está en casa. Ha querido quedarse allí, sola. No tenía ánimos para acompañar a sus amigas, aún cuando varias han insistido en que era ésta una noche para salir. Para estar en la calle, para frecuentar bares, para distraerse y para reírse. Pero no ha querido. No es la de hoy una noche para divertirse, tampoco para olvidar. No para ella. En posición fetal bajo el edredón, acomoda la cara bajo una mano y pasea los dedos de la otra por la almohada. La acaricia y busca en ella un consuelo, un apoyo que no va a encontrar . Se ha acostado tarde, cuando se ha cansado de darle vueltas en el sofá. Sentada con la mirada fija en el vacío, ha insistido en lo mismo una y otra vez sin llegar a ninguna conclusión capaz de tranquilizarla. Se ha dado por vencida entonces y ha elegido echar a dormir esos frenéticos razonamientos. Ha confiado en sab...

Mi nueva vida sin ti

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El metro a las ocho y media de la mañana era lo más parecido a una pesadilla despierta. Tres trenes habían desfilado ante su impaciente mirada, y no había logrado a poner el pie en ninguno. No cabía ni un alfiler. Mucho menos ella, los quince kilos cargados a la espalda, y las dos pesadas bolsas, una en cada mano. Iba con el tiempo justo, así que haría lo posible por subirse al siguiente vagón. Un par de codazos y un firme empujón con las bolsas a la altura de las rodillas del resto de viajeros fueron suficientes para apretujarse entre las gentes. Un balanceo con el contrapeso de la mochila salvó el cierre de las puertas. Ya estaba rumbo a su destino. Se alegró.   Pero entonces: coletazos en la boca. Sin intención, sí, pero pelos ajenos en su boca al fin y al cabo. Sobacos tan cerca de la nariz como nunca hubiese podido imaginar, falta de aire, un ambiente cargado de olores, y mucho calor de repente. Aún más falta de aire. Buscarlo entre los huecos entre persona...