La adictiva luz de las tinieblas

Por segunda vez en lo que va de noche, llora. Le asaltan de nuevo esos pensamientos angustiosos. Respira entrecortada, jadea, solloza, gime y se duele. Está en casa. Ha querido quedarse allí, sola. No tenía ánimos para acompañar a sus amigas, aún cuando varias han insistido en que era ésta una noche para salir. Para estar en la calle, para frecuentar bares, para distraerse y para reírse. Pero no ha querido. No es la de hoy una noche para divertirse, tampoco para olvidar. No para ella. En posición fetal bajo el edredón, acomoda la cara bajo una mano y pasea los dedos de la otra por la almohada. La acaricia y busca en ella un consuelo, un apoyo que no va a encontrar . Se ha acostado tarde, cuando se ha cansado de darle vueltas en el sofá. Sentada con la mirada fija en el vacío, ha insistido en lo mismo una y otra vez sin llegar a ninguna conclusión capaz de tranquilizarla. Se ha dado por vencida entonces y ha elegido echar a dormir esos frenéticos razonamientos. Ha confiado en sab...